Con el cariño y el respeto de todos, Miguel Romano dejó el «martillo» de la Cooperativa Lehmann

En un cálido evento, llevado a cabo en la Sala del Consejo de la Cooperativa Guillermo Lehmann, se concretó el reconocimiento a Miguel Romano por sus 45 años ininterrumpidos al servicio de la Lehmann, marcando una rica historia, con muchísimos logros y en el que el protagonista supo forjarse un nombre propio.

En el inicio, Alberto Santinelli, presidente de la Cooperativa Guillermo Lehmann, agradeció todos los años de dedicación que Miguel Romano brindó a la Lehmann, y realizó un emotivo discurso sobre la importancia de tener colaboradores tan comprometidos. 

En tanto, Romano dijo que «son 45 años de muchas transformaciones», haciendo alusión al crecimiento de la Cooperativa, y agregó que «en cada sucursal que se abría, llevaba el mensaje de que la Cooperativa venía a ser el cimiento. Con el tiempo, fuimos creciendo y haciendo, y hoy muchos no deben conocer la Cooperativa y el crecimiento que tuvo. Gracias a Dios me tocó vivir todos esos años acá dentro», recordó.  

A lo largo del reconocimiento, fueron apareciendo distintas anécdotas, donde Miguel contó cómo se fue iniciando y formando, desde que se recibió de Martillero Público hasta los últimos días de actividad laboral. 

Luego Alberto Santinelli, acompañado de otros consejeros y funcionarios, hizo entrega de un «Foto libro», cuidadosamente editado, con imágenes de Miguel a lo largo de toda su trayectoria en los distintos remates que la Lehmann llevó a cabo en los últimos 45 años.   

Un lugar en el «trono» de la Cooperativa 

A lo largo de 45 años Miguel pasó por todos los momentos, de los más agradables y otros que, aun sabiendo que no eran épocas muy amenas, no impidieron para que se suba a un escenario a rematar con ganas inigualables. 

Oriundo de la localidad de Nuevo Torino, llegó a la Lehmann en marzo de 1977 y ni bien se instaló, «empecé a rematar», según cuenta.   

Terminó el Servicio militar e hizo el curso de martillero, a los 22 años. En ese entonces, para ser martillero había que hacer un curso, ya que no existía la carrera. Se debía rendir en Tribunales, con un escrito y una presentación ante la Corte Suprema de Justicia, ya que el martillero era un auxiliar de la Justicia. Recordemos que hoy es una carrera terciaria. 

Un año antes de llegar a Pilar, en abril del 76, había comenzado a hacer remates de muebles y otros materiales, mientras que en nuestra Cooperativa había dos martilleros públicos: Don Ramón Baravalle (el primer martillero que tuvo la Lehmann) y Don José Apóstolo. Al tiempo, Baravalle se fue y Apóstolo comenzó una nueva búsqueda. Y es allí donde aparece el nombre de Miguel Romano, quien fue observado por sus condiciones, y al cual se le ofrece el cargo. 

Al tiempo, Romano comenzó a rematar para la Lehmann, más precisamente en marzo del 77′, en una pensión en donde hoy se encuentra la clínica del pueblo: «siempre tuve muy presente lo de Don José Apóstolo, y lo respeté hasta el último día de su vida. Estar arriba de una garita, ante una tribuna, con 22 años, imagínate lo que era. Y él fue maestro muy bueno para mí», destacó Miguel. 

Fue ahí cuando comenzó a recorrer campos y prácticamente la Argentina entera. Sin celulares, sin la tecnología de un GPS, recién a los pocos años de trabajo tuvo una radio en el auto con el que se movilizaba. Por ese entonces, se estima que Romano hacía alrededor de 10 mil kilómetros por mes, comprando hacienda en el norte de nuestro país y otros puntos.  

Hoy, Miguel acompaña el día a día de la Lehmann como un asesor y como un embajador en proyectos especiales o en acciones muy específicas. Es una persona con nombre propio, sin un cargo específico. Después de 45 años de labor Miguel Romano es, simplemente, Miguel Romano.

Un legado enorme y «el martillo muy arriba»

 «Todos deberíamos ser un poco como es Miguel. Alguien que pueda hablar en sí mismo de la Cooperativa y que pueda ser la mirada orientada al cliente», expresaba en el brindis de fin de año el Gerente Ejecutivo de la Cooperativa, Gonzalo Turri, en un sentido discurso, al borde de la emoción. 

Lo cierto, es que todos los que conocen a Miguel, saben que es una persona con mucha actitud y mucho empuje. Una persona que nunca está cansada y que nunca dice que no para un trabajo, o hacer algo nuevo. Esa actitud es contagiosa para las personas que lo rodean. 

Siempre de carácter fuerte, pero con la simpleza de un grande: nunca tuvo problemas, siempre trató de igual a igual al último empleado que ingresó, como al presidente de la Cooperativa. Y lo mismo hacía y hace en los campos, tratando de la misma manera al gaucho que al dueño de la hacienda o del establecimiento. 

Quienes lo rodearon de cerca, sostienen que es una persona muy simple, muy noble, siempre buscando aprender cosas nuevas, virtudes que lo llevaron donde lo llevaron en la Lehmann y en la vida. 

Miguel siempre transmite conocimientos, sin ser egoísta en ese sentido. Todo lo que sabía lo transmitió al equipo y a toda su gente. En todos sus años dentro de la Cooperativa, pudo ver la transformación que fue tomando cada una de las unidades de negocio, abriendo la mayoría de las actuales pistas nuevas de remate que hoy tiene la Lehmann. 

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