En pocos días más, la ciudadanía argentina concurrirá a las urnas para elegir las autoridades nacionales que regirán nuestro destino durante los próximos cuatro años.
No se trata de una fecha más, también recordamos las emocionantes elecciones ocurridas hace 40 años, con el retorno de la democracia. Como en aquella oportunidad, lo haremos en un contexto económico, social y productivo de complejas características.
Vivimos hoy en un país que aparece fragmentado en sus ideas, en sus decisiones y en sus acciones, pero lo verdaderamente doloroso es que existe una abrumadora pobreza creciente y una desigualdad e inequidad que, en muchos casos, desalientan y hasta imposibilitan una mirada de futuro esperanzadora.
Las decisiones políticas, muchas veces, tienen en cuenta especulaciones electorales y miradas de corto plazo. Dejan de lado una visión integral sobre aquello que sucede fuera de los grandes centros urbanos y se omiten las necesidades de un país profundamente federal unido por valores comunes.
Existe también un sistema virtuoso, silencioso y perseverante, compuesto por una ciudadanía argentina que no cae en falsas premisas ni en el facilismo de pensar que el progreso y el desarrollo sean algo que se puede delegar, sino que asumen la tarea con la convicción de que es necesario el esfuerzo, el trabajo, el compromiso, la identidad argentina y los valores compartidos. También de una institucionalidad que canalice la vida de la sociedad.
En momentos de dificultades tan apremiantes es indispensable volver a poner la mirada sobre las personas, sobre su potencial, su capacidad y sus posibilidades. Es necesario que quienes sean elegidos asuman la responsabilidad de acompañarlos en su desarrollo y en la promoción de cuestiones tan elementales como la educación, la salud, el trabajo, la seguridad y la justicia, en un marco de respeto por la Constitución y las leyes que nos rigen.
Volvemos a las urnas. Que sea un punto de inflexión que nos permita crecer como individuos, como sociedad, como Nación.